Cuerpos presentes en mentes ausentes

Habitualmente el conferenciante comienza su presentación cumpliendo con el protocolo social de los agradecimientos a organización y asistentes. Acto seguido suele haber una introducción a los temas que pretende abordar en su disertación, para continuar con un esbozo sobre la situación actual del asunto en cuestión que le permita ir entrando en sus propuestas específicas. Se suele concluir con el resumen final, nuevos agradecimientos de despedida y, en caso de estar así establecido, el telón cae con el turno de preguntas.

En resumen; el clásico prefacio, introducción, nudo y desenlace de la narrativa con una ligera pero fundamental alteración antes de la introducción. En la obra literaria podemos -y algunos siempre lo hacemos- saltarnos los agradecimientos iniciales del autor, los prefacios y las disertaciones sobre la nueva edición revisada para sumergirnos en la obra, que fue lo que nos atrajo en el momento de su adquisición. Por contra, en una presentación oral no podemos darle al “avance” para saltarnos el prefacio y la parte más insulsa de la introducción, por lo que los seres humanos acudimos a la alternativa que tenemos a nuestro alcance. Acudimos a nuestro diálogo interno lo que nos permite soportar los agradecimientos y la introducción en modo de “piloto automático”.

Existe una gran controversia entre los freudianos, los junguianos (seguidores de Jung, el fundador de la psicología analítica) y el resto de escuelas psicológicas sobre los fines e incluso la existencia misma de la mente inconsciente. No obstante, en lo que están todos de acuerdo es en que el diálogo interno que tenemos todos los seres humanos es tremendamente activo.

Algunas fuentes -cuya fiabilidad no he sido capaz de validar- afirman que tenemos en torno a 50.000 palabras de diálogo interno cada día. Más allá de la cifra concreta es evidente que además de muy activo, la credibilidad que el oyente -cada uno de nosotros- le damos a nuestro diálogo interno es máxima. Con frecuencia damos más validez a lo que nosotros creemos sobre algo que a lo que estemos escuchando, aunque quien lo esté expresando pase por ser una autoridad en el campo.

Cuando iniciemos una conferencia debemos tener en cuenta que cada asistente traerá su propio diálogo interno. Algunos estarán pensando en el correo que tienen pendiente de responder, en cómo abordar la próxima reunión importante, en el problema familiar, en las consecuencias de no cumplir los objetivos de ese mes, en la belleza de las azafatas y personal de servicio o en la renovación de la póliza de crédito de la empresa y si no somos capaces de redirigir ese diálogo interno hacia nuestra charla desde los primeros momentos, después será mucho más complicado contar con su atención porque cuando el oyente se pone en “piloto automático” tenemos cuerpos presentes, con mentes ausentes.

El mayor obstáculo que tiene que superar un conferenciante es ser capaz de dirigir el diálogo interno de los oyentes hacia su conferencia.

El diálogo interno provoca, en las situaciones más desfavorables, que -una vez el oyente ha llegado, en los primeros segundos de nuestra intervención, a la conclusión de que no somos dignos de su atención- después de poner la conveniente cara de sorpresa por recordar algo muy importante, saquen sus teléfonos o tabletas y que se pongan a “otra cosa”.

La gente es muy cortés por lo que algunos incluso se esfuerzan en dar la impresión de que toman notas en sus tabletas sobre la conferencia o incluso que la están tuiteando. Es posible que sea cierto -sobre todo en ambientes tecnológicos- pero también lo es que sea simple cortesía -la gente suele ser muy cortés-. En todo caso, no te fíes y ocúpate en secuestrar su diálogo interno.

En  mis talleres advierto que los primeros veinte segundos de nuestra conferencia son los más importantes para captar la atención del auditorio. Si no somos capaces de decir o hacer algo en ese espacio de tiempo que sea digno de atención, gran parte de los oyentes dejarán sus cuerpos presentes pero sus mentes estarán ausentes. En una próxima entrada veremos cómo utilizar esos primeros segundos para ser capaz de romper el diálogo interno de los oyentes y dirigirlo hacia nuestros intereses.

En una encuesta realizada por Associated Press y publicada en staticbrain.com se afirma que la atención media que una persona mantiene en la información de Internet ha pasado de doce segundos en el año 2000 a ocho en el año 2012. Es decir, en doce años el tiempo que mantenemos nuestra atención se redujo en un 33%. Por si esto fuera poco, me atrevo a aventurar que esta tendencia se acentuará en el futuro y que cada día seremos más exigentes con aquello a lo que estamos dispuestos a prestar nuestra atención.

En resumen, sí no somos capaces de captar el diálogo interno del auditorio desde el mismo momento en el que nos pongamos ante él, seguramente después será demasiado tarde para lograr su atención y el oyente bien se mantendrá de cuerpo presente pero con la mente ausente bien, en el peor de los casos, sacará su tableta o teléfono inteligente para olvidarse por completo de nosotros, limitándose a mecánicos asentimientos de cabeza y fugaces miradas de interés fingido.

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