El miedo a hablar en público III. La primera experiencia de los gurús

En el artículo anterior comentaba que, bajo mi punto de vista, hablar en público no es un «don» sino una simple habilidad, una técnica que, si la trabajas, puede ser aprendida y mejorada.

Cuando redactaba el artículo me surgió la pregunta de si los grandes oradores -esos que son capaces de emocionarnos- habían tenido una primera experiencia traumática o si, por el contrario, ya saborearon las mieles del éxito desde el principio.

Comencé haciendo una lista con mis comunicadores preferidos. Nada exhaustivo ni riguroso. Simplemente fui seleccionando personas que me llegan especialmente cuando las escucho. No ha habido otro requisito de selección por lo que es una lista tremendamente subjetiva.

A gran parte los he disfrutado personalmente (muchos han sido invitados de la TechBusiness Week, congreso que tuve el honor de participar en su organización durante nueve años). Los menos los he conocido a través de Youtube.

Según recibía las experiencias me daba cuenta que la información no debía ser alterada desde el emisor -ellos- hasta el lector -tú- por lo que me he limitado a copiar y pegar literalmente lo que recibí.

Cada semana, hasta que llegue al límite de mis contactos, iré publicando la experiencia de tres o cuatro ponentes.

Todos son muy reconocidos en sus ámbitos profesionales por lo que no voy a hacer ninguna introducción ni comentario personal sobre nadie. Sin embargo, para los neófitos en sus áreas de conocimiento, pondré un enlace en los nombres a algún lugar que amplie información sobre ellos.

No están todos los que son pero son todos los que están y son, principalmente, mi lista de favoritos a quienes agradezco que hayan tenido a bien participar en esta pequeña experiencia. ¡Muchas gracias a todos!

Enrique Dans: «Mi primera experiencia relevante hablando en público fue en IE Business School: mi paso de un lado al otro de la tarima fue tan rápido, cuestión de pocos meses, que creo que fui perfectamente capaz de abstraer lo que me gustaba como alumno y aplicarlo a lo que intentaba proporcionar como profesor. Hablaba de unos temas sobre los que tenía tanta seguridad, tanta sensación de saber algo de lo que muy pocos sabían, que me encontraba verdaderamente cómodo haciéndolo, a pesar del nivel de exigencia del público que tenía delante. Realmente, creo que fue una forma muy buena de empezar. A partir de ahí, me sigo poniendo nervioso cada vez que empiezo un evento o un curso nuevo, pero considero esos nervios una buena señal, casi un incentivo, una especie de vicio».

Mónica Pérez de las Heras: «A los 16 años fui a un colegio a dar una conferencia de medio ambiente para niños. Entonces no había PowerPoint ni ordenadores portátiles sino aparato de diapositivas y punto. Había pasado los días antes preparando con minuciosidad el orden exacto de cada diapo para que se ajustaran al guión que yo misma había elaborado. Cuando llegué allí, me encontré con un salón de actos atestado de chavales. Así que, fui a colocar el carro de diapositivas para ponerlas en el proyector, y de repente… el chisme se dio la vuelta y todas las diapositivas ¡zas!, cayeron al suelo. Carcajada general de cientos de niños riéndose al unísono mientras yo andaba por el suelo recogiendo fotos y colocándolas de cualquier manera. La charla, que tan preparada estaba porque entonces yo era perfeccionista -ahora me estoy quitando- terminó en plan: “aquí un árbol, aquí una foca, aquí unos críos”, ¡Tierra trágame! Esa fue mi primera experiencia hablando en público».

Mónica comenta esta experiencia en detalle en su libro ¿Estás comunicando? de LID Editorial.

Senén Barro Ameneiro: «La primera vez que hablé en público sobre temas profesionales fue justo al finalizar mis estudios de física. Fue como profesor en un curso del INEM. Los alumnos me superaban ampliamente en años y experiencia. Mi objetivo y mi error fue pensar que lo importante era saber mucho más que ellos y, sobre todo, que eso quedase claro nada más empezar el curso. No era por malicia ni prepotencia sino fruto de mi ingenuidad e inexperiencia de entonces. Quizás también para vencer los nervios y la inseguridad ante esta “primera vez”, aunque no recuerdo que me temblasen las piernas ni la sensación de tener mariposas en el estómago, como se suele decir en estos casos. Me fijé demasiado en qué y cuánto debían aprender pero poco en el porqué y el cómo. Creía estar preparado para las preguntas, pero no las hubo apenas, ni el primer día ni los siguientes. Mi discurso fue más bien plano. Me apresuraba en correr, casi volar, por los contenidos de la materia. Me faltó habilidad para conseguir su participación en el aula. Todo eso hizo que se resignasen en silencio a oír y a mirar, pero no a escuchar y a ver. Un día les invité a tomar algo para celebrar emocionado mi primer sueldo, y fue allí donde se sinceraron entre humos de tabaco y de café. Amables, incluso condescendientes con el jovencísimo profesor, empezaron a mostrarme la importancia del porqué tratar de enseñar algo y cómo lograrlo. De hecho, aprendí algo aún más importante, que debemos esforzarnos en saber cómo se aprende para saber enseñar. Hoy lo hago mejor que entonces, pero sigo aprendiendo a enseñar. También sigo poniéndome un poco nervioso según en qué casos. Pero esto es en parte el reflejo de que me tomo en serio no solo lo que hago sino también lo que digo».

Me parece muy ilustrativo que tanto Enrique como Senén incidan en que aún hoy día, después de cientos, de horas hablando en púbico sigan sintiendo un cierto nivel de ansiedad y que ambos lo consideren una buena señal.

Nota. imagen generada por BING.

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