Diálogo con Paula García Tenorio

Aprovechando el artículo tan brillantemente escrito por Paula la semana pasada, me gustaría compartir algunas reflexiones que vienen al caso.

Una de las primeras cosas que dejo patente cuando comienzo un taller El secreto de la PersuaCCión, es mi convencimiento de que los asistentes son unos valientes. Sobre todo aquellos que, sufriendo gran angustia por tener que hablar ante otros, se atreven a inscribirse en un taller en el que son conscientes que van a tener que luchar contra sus “nervios malos”, en la búsqueda de sus “nervios buenos”.  En breve realizaré una entrada sobre los miedos por lo que no me extiendo más en esta ocasión, únicamente reseño que me parece muy ilustrativa la evolución, a este respecto, que Paula nos detalla en su relato.

Me resulta paradójico leer y escuchar algo que, por otra parte, se repite con tanta frecuencia que no puede más que deberse a algún tipo de trauma paterno filial, con génesis en nuestra más tierna época de estudiantes.

Paula y sus compañeros, desempeñan su labor en uno de mis más importantes clientes en el que, afortunadamente, he realizado ya muchos talleres y formado a varios cientos de personas. La inmensa mayoría de los asistentes me dicen que, en base a los comentarios de sus compañeros y del departamento de formación; a ser el taller con una lista de espera enorme, que además genera no pocas polémicas al haber muchas personas que no entienden cómo se pueden acabar las plazas en el mismo minuto en el que se abren las inscripciones, acuden con unas expectativas muy elevadas. Muchos de los inscritos me envían, en los días previos, correos en los que me anuncian cosas del estilo; “ya puedes hacer magia porque para que sea cierto lo que me han dicho, no creo que puedas lograrlo de otra manera”.

Mi objetivo nunca es igualar, sino superar las expectativas de los asistentes por lo que, a pesar de las referencias a mí seguridad personal que expresa Paula, la procesión va por dentro. Es decir, yo tengo la presión del proveedor, pero, curiosamente, es el cliente quien se inhibe y recela en expresar sus sentimientos. ¡El mundo al revés!

En mis proyectos sociales con adolescentes he averiguado que el gran inhibidor para que los alumnos expresen sus emociones positivas -que las tienen y muchas- hacia sus profesores, es el temor a que sus compañeros les tachen de “pelotas”. Por lo que veo, en nuestra vida adulta, ese paradigma logra que nos cuidemos mucho de expresar nuestras emociones, no vaya a ser que no sean bien entendidas, que alguien se lleve a engaño; en este caso, el “proveedor”.

Al margen del escenario concreto, creo que nos irá mucho mejor, como sociedad, cuando aprendamos a decir con naturalidad y disfrute, todo lo bueno que veamos en los demás.

A todas horas asumimos el rol de evaluador del mensaje no verbal de los demás; es así porque es necesario para sobrevivir. ¡Cuidado con las interpretaciones! En el caso que comenta Paula, a mí me parecía que el taller iba desarrollándose de la forma prevista, pero no tuve la seguridad absoluta hasta que la primera alumna se atrevió a comentarlo de forma explícita y, después de esta valiente, como es habitual, lo hicieron más personas. Aún en este momento, en mí mente resuena la pregunta “¿porqué quienes no se han expresado se han callado? ¿Será que no estoy siendo capaz de cubrir sus expectativas?”

Personalmente, no creo necesitar el halago de mis alumnos por vanidad (aunque nunca está de más alimentar la autoestima para acometer nuevos retos) pero sí como reflejo de que el enfoque está siendo el correcto y que mí esfuerzo está siendo rentable para los oyentes para, en caso contrario, alterar el rumbo. En todo caso, ¡nada es más motivador que el halago de quien no es forzado, ni recompensado por su emisión!

Y, por último, me gustaría destacar que cuando en el descanso del primer día Paula me advirtió cuál era su situación clínica, le respondí que no había notado nada, sino todo lo contrario. Su porte, de elegancia y temple, proyecta una imagen de gran seguridad personal ante los demás. El transcurso del taller no hizo más que reafirmar mis primeras impresiones y su intervención final estuvo a un gran nivel, como todos sus compañeros, ignorantes de su situación médica, explicitaron con profusión. Una vez finalizado el taller, ambos con lágrimas en los ojos pugnando por romper la presa de nuestros párpados, le agradecí su esfuerzo pero, sobre todo le expresé, lo mismo que hago en este momento: Paula, desconozco cómo eras antes de la operación; hoy eres una mujer brillante y elocuente en tu forma de comunicarte (habla como escribe), por lo que seguramente y al margen de otro tipo de consecuencias, en este aspecto, la pérdida esté más en tu mente, que en tu cerebro.

Paula, no sé si darte las gracias por tu ejemplo, por tu tenacidad o por tu valentía, por lo que mejor te las daré por tu Humanidad -con mayúsculas-.

¡Gracias!

Marcelo Castelo.

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Showing 1 comments
  • Paula

    «Mago Marcelo»:

    GRACIAS a ti por dedicar parte de tu tiempo a escribir algo así.
    Créeme de verdad, si te digo que me cuesta asimilar la descripción que haces sobre mi.
    Será cuestión de volver a leer la conversación alguna vez más….

    GRACIAS

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