La comunicación corporal

Artículo revisado y actualizado en octubre de 2021.

A principios de los años 70, el psicólogo americano Paul Ekman demostró que la idea comúnmente aceptada de que las emociones eran un reflejo exclusivamente cultural, era errónea. El científico confirmó que los seres humanos tenemos seis emociones básicas independientes de los factores culturales. También demostró que estas emociones tienen su reflejo en el rostro. Las emociones básicas son: tristeza, sorpresa, alegría, repugnancia, ira y miedo. Paul Ekman es a la comunicación gestual, lo que Daniel Goleman a la inteligencia emocional. No es el único, pero sí el más reconocido, llegando incluso a inspirar la serie televisiva Lie to Me, protagonizada por el actor británico Tim Roth.

Con posterioridad, en los años 80, el también psicólogo Albert Mehrabian estipuló que la comunicación bebía de tres fuentes: de la comunicación verbal -lo que decimos-, de la paraverbal -cómo utilizamos nuestra voz al decirlo- y de la corporal -el uso de nuestro cuerpo como acompañante de la comunicación-. Obligado es en este punto comentar la famosa y casi siempre mal utilizada regla 7/38/55 de Mehrabian, por la que este estipuló que, cuando hablamos de sentimientos, el peso de lo que decimos es del 7%, de nuestra voz el 38% y del lenguaje corporal el 55%.

Por favor, que nadie piense que nuestras palabras solo tienen un 7% de relevancia en nuestra comunicación como no se hartan de aseverar diletantes de búsqueda rápida y arribistas en todo tipo de foros. Son datos que, como el mismo autor advirtió, habrá que tomar con todas las precauciones al ser fruto de un estudio de alcance limitado y únicamente referido a la transmisión de emociones en escenarios de gusto-disgusto.

Lo que está fuera de duda es que la comunicación no verbal y de forma singular la corporal tiene un peso muy significativo en nuestra comunicación impactando de forma decisiva en nuestra capacidad de influencia sobre la audiencia. En este artículo nos referiremos a los tipos de gestos de la comunicación corporal.

Ekman y Friesen clasificaron los gestos que intervienen en nuestra comunicación no verbal en cinco tipos:

Emblemas. Son gestos con significado conocido tanto para el emisor como para el receptor. Algunos tienen significado internacional, pero otros cambian la interpretación según el lugar. El pulgar en alto sobresaliendo de un puño cerrado en sentido de aceptación es un ejemplo de gesto emblemático casi universal de conformidad.

Ilustradores. Recalcan o enfatizan lo que se dice principalmente con las manos, los ojos y la boca. No tienen una traducción en palabras, pero las refuerza de forma importante. Son gestos muy culturales. Mientras en algunos países se enfatiza mucho lo que se dice con este tipo de gestos -como en Italia o Argentina- en otras culturas, como la británica o la germana, tanto énfasis puede ser considerado un síntoma de escasa educación.

Reguladores. Son los gestos que permiten que la comunicación sea bidireccional y muestran el interés de los conversadores. Son los gestos que hacemos para animar a la persona a seguir hablando, o los que advierten que no estamos de acuerdo con lo que escuchamos. También se utilizan para ceder y tomar la palabra cuando estamos hablando sin pisarnos los unos a los otros. El tipo de saludo, por ejemplo, es un regulador con el que podemos decir, sin tener que hablar “¡qué alegría verte! Párate y charlamos un rato”, “¡te he visto, pero tengo mucha prisa y no puedo pararme!” o un simple saludo de tránsito cortés a una persona que saludas, pero con la que nunca te paras a conversar.

Muestras de afecto. Son aquellos que muestran nuestro estado emocional. El miedo ante un peligro, la alegría por la nota de un examen, la decepción de haber perdido el partido, el asco al cascar un huevo podrido, etcétera, son gestos que se engloban dentro de este epígrafe.

Adaptadores. Y por último, y por ello los más importantes hablando en público, llegamos a los adaptadores, que son los gestos que hacemos cuando estamos lo suficientemente incómodos como para necesitar descargar nuestra tensión, dominar nuestras ganas de irnos o nuestro disgusto en movimientos no sólo involuntarios, sino casi siempre inconscientes para el emisor y por eso son tan relevantes. Peinarse el pelo con los dedos entreabiertos, tocarse el lóbulo de la oreja, pellizcarse el cuello, sacudirse motas de polvo imaginarias, balancearse de un pie al otro, mirar por encima de la cabeza de los oyentes, ponerse y sacarse las gafas de forma repetida o mover un bolígrafo en la mano (no digamos si hacemos de forma mecánica el clic, clic), rascarse un brazo, tocarse el reloj o dar vueltas a un anillo mientras hablamos son parte de la amplia gama de gestos adaptadores.

Cuando hablemos en público y queramos dar una imagen de serenidad, control y temple es imprescindible que tus gestos, sobre todo los adaptadores, no te traicionen, porque los oyentes, más allá de tus palabras, percibirán que algo no anda bien, pero no sabrán el motivo. No sabrán si es que estás nervioso por estar hablando en público, si tienes algo que ocultar, si no dominas bien la materia o si estás mintiendo. La consecuencia será que tu mensaje llegue con reservas a sus destinatarios.

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